10 feb 2017

Historias

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Dejamos huellas cuando caminamos y ecos cuando reímos o hablamos.
Pasar por algún lado es como escribir la historia, es completar el lugar: las plazas, las calles, las ciudades, los bosques, el campo, las rutas, las esquinas, las veredas, las casas de la gente. Todo está marcado y modificado por nosotros. Construimos, destruimos, decoramos, armamos, deformamos y dejamos recuerdos sea por donde sea que pasemos. Pintamos con nuestros colores.

A mí me gusta conocer lugares nuevos porque de repente los puedo llenar de historias.
Es como escribir una hoja en blanco o pintar un cuadro: los espacios se vuelven imágenes de momentos pasados.
Imaginate la cantidad de anécdotas que puede tener un pequeño lugar: el mundo entero siendo escrito por la sociedad.
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2 feb 2017

Una mala costumbre

5 comentarios:

Acá estoy después de haber dejado atrás todo.
Tan abandonado que tengo el blog que habrán creído que Aylén no escribe más o se fugó por ahí para no volver nunca más. Pero no, acá estoy.

Tomo café aunque sea verano para recordar esas tardes de invierno llenas de inspiración en las que me sentaba a escribir hasta que me doliera la mano. Tengo dos cuadernos que ya estoy por terminar, uno dice en la tapa "Sé el cambio que quieres ver en el mundo". Ambos están más llenos y vivos que este blog, ahí tengo todo y acá nada.

La respuesta es no, Aylén no dejó de escribir, pero sí se siente decepcionada con su escritura. Se ve negada a compartir algo. Ya no le sale como antes. De hecho, el año pasado Taller de expresión I le rompió el corazón porque hizo que se diera cuenta de que no es la escritora que creía ser, que escribe mal y nunca se expresa como le gustaría expresarse.

No soy cien por ciento buena en lo que más amo hacer en este mundo. Ya no escribo novelas, tampoco crónicas universitarias, reflexiones filosóficas o sueños idealistas. Mis cuadernos se nutrieron de vivencias, cosas que sentí, viví y pensé. Experiencias lindas, feas, tristes y felices. Los odié porque se terminaron convirtiendo en un diario íntimo. Incluso El mundo de Aylu, que para colmo un nombre más egoísta no podía elegir.

Entre mis cuadernos guardé boletos de tren, tickets de cuando salí con alguien, entradas de un recital, apuntes de un curso de formación política que hice en diciembre, una lista de cosas para escribir, entradas de cuando fui al cine y la pasé muy bien, cartas de los nenes del comedor.
Al parecer las palabras no me son suficientes, algún testigo tengo que dejar por ahí entre las hojas.
Nunca nada me es suficiente... nunca me alcanza.

En el 2008 abrí mi primer blog. Ahí escribía, junto con mi hermana, sobre nuestras mascotas. Era como una especie de sustituto del fotolog, pero con más estilo. Lo dejamos.
Crecí y empecé a subir novelas. En el 2012 abrí tres blogs más. Los dejé porque me dieron vergüenza. Me daba vergüenza lo que escribía y podía a llegar a leer. Supongo que es porque crecí.
En el 2014 tuve otro blog y creí que iba a ser el definitivo porque me di la libertad de escribir en él lo que se me cantara, así como en este. Pero lo dejé porque me traía malos recuerdos y tenía ganas de abrir uno nuevo.
Todos... todos me aburrieron. No soporté estar más de dos años con cada uno. Les cambié el nombre, el diseño, los modifiqué, los cerré, los eliminé o los dejé en privado. Intenté olvidarme de ellos para siempre o hacer de cuenta de que jamás existieron. Me arrepentí de todos y mis ganas de dejarlos por uno nuevo fueron proporcionalmente iguales a la cantidad de veces que me mudé de casa y de barrio durante mi infancia. Supongo que por eso me aburro fácil de todo y al tiempo necesito algo nuevo.


Aylén, no todo es reciclable. 
Pero ando por ahí dejando basura y tirando al piso papeles arrugados a mitad de escribir.

Quiero narrar y relatar sobre muchas cosas, abrir cientos de blogs e ir borrando los viejos para que no queden huellas de mi escritora del pasado: más joven, más ingenua, más idealista, más soñadora.

Por primera vez en mi vida sentí lo que era escribir por obligación. Una materia de la facultad que creí amar terminé odiándola, despreciando mi propia escritura y el arte de sentarme a desarrollar las palabras sobre el papel. Lloré al ver la hoja en blanco, me frustré cuando lo que leía no me gustaba y llegué hasta quedarme dormida mientras lo hacía. Escribía para cumplir y ya no podía soportar la acción de releer esos textos que no tenían sentido. Esa no era yo... o sí, pero no la que creí ser siempre.

Mis cuadernos terminaron convirtiéndose en relatos y no tanto en ideas e inspiraciones sobre el mundo como antes. Hice más cosas de las que escribí. Sentí mucho más de lo que todas aquellas palabras pudieron expresar. Pero lo hice solo para mí, por egoísta, porque no quería decepcionar a más nadie. Suficiente lo estaba yo.


Y no escribí más en este blog. Un tiempo lo dejé en privado, quise modificarlo, hacerle unos retoques en el diseño... pero acá estoy quejándome. Porque no me alcanza el tiempo, porque metí cuatro materias por cuatrimestre mientras militaba a tiempo completo y prometí ser el cambio que quiero ver en el mundo. Pero dejé atrás muchas cosas.
Al final no disfruté tanto del estudio como creí que lo iba a disfrutar, fue más tortura que otra cosa. Me quise tragar el mundo entero de una y aunque al final me fue muy bien, no la pasé tan así.

¿Dejar todo o seguir?
Ya no tengo más café en la taza.
Pero tengo ideas nuevas.
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