Crecí sobreprotegida y bajo una religión a la que fue sometida mi familia mucho antes de que yo naciera. Por lo tanto, crecí en una burbuja, creyendo que el mundo y la gente era eso que me enseñaban.
Mis intereses intelectuales siempre me fueron reprimidos, sobre todo mi gusto por la filosofía, lo que casi era un tabú para mi y me la prohibían.
Tiempo después, cuando todo eso dejó de pasar y mi familia ya no fue más de esa religión, yo comencé a conocer el mundo: el mundo real, el de verdad. Y junto a ello, también comencé a conocer a la sociedad. Y de repente, pude leer sobre filosofía sin miedo, pude ampliar mis gustos, mis pensamientos y mis pasiones sin un límite absurdo que se me interpusiera y no me dejara ser feliz. De repente pude ser yo y animarme a pensar y a experimentar libremente en el mundo. Por supuesto que reafirmé que la gente es mala y que el mundo es una mierda. Pero descubrí que no todo es así. Que afuera de esa burbuja también existía gente buena, personas capaz de ayudar. Que es posible cambiar el mundo más allá de todo lo malo que existe.
Siempre me escondí bajo las palabras y la escritura. Nunca me hacía ver, me daba miedo pensar más allá de todo lo que me mostraban. Como cuando tenía diez años y me cambiaron de colegio: la maestra de lengua nos pidió que escribiéramos un cuento y luego preguntó de quién era el relato del "Conejo-caballo que viajaba por el mundo", porque estaba hermoso. Yo había levantado la mano tímidamente y todos mis compañeros nuevos, que nunca me habían prestado atención, ahora me estaban viendo. La maestra me felicitó y luego lo leyó en voz alta, prometiéndome que ese fin de semana lo iba a publicar en una revista. En realidad nunca supe si lo publicó o no, pero ese día entendí algo: la clave está en la acción, en el hacer.
Siempre pensé, siempre escribí, siempre soñé, siempre quise... hoy me animo a hacer.
Porque después de conocer cómo es el mundo en realidad, cómo son las guerras, cómo es la sociedad, cómo es la maldad, cómo son los amigos falsos, cómo es el individualismo, cómo es el lado más oscuro de todas las cosas; también conocí todo lo contrario. Es darme cuenta de que si existe lo malo se lo puede cambiar o mejorar, de que hay posibilidades de hacer un mundo mejor. Y entendí que vale la pena hacer cosas por los demás, que vale la pena la sonrisa del otro, la amabilidad, la honestidad y la sinceridad; el "te doy una mano", el "te acompaño en la lucha", el "no estás solo/a", el "se puede". El darle una moneda al señor del subte que canta lindo, el ayudar a un viejito a cruzar la calle, el acompañar a la gente del Famatina con su lucha contra la megaminería; el formar parte de Ni una menos. Todo eso, antes estaba fuera de mi burbuja, y hoy no me da miedo la gente y tampoco el mundo. De hecho, hoy estudio a la sociedad y entendí que estoy en el lugar indicado.
El cambio no solo está interiormente, con las ganas, los sueños o escribiendo... el cambio está en la acción y hoy me veo capaz de hacer muchas cosas. Ya no hay burbuja que me encierre desde hace mucho, ya no hay más miedo. Ahora hay ganas y buenas intenciones. Creo en la posibilidad de hacer este mundo un lugar mejor, a pesar de que todo lo malo siempre está ahí. No me importa, la gente buena siempre está. Y si vos les compartís una sonrisa, tarde o temprano te la van a devolver.
Siempre fui idealista y de hecho sé lo que es el idealismo; el idealismo se puede convertir en una acción y en una realidad. Cambiar el mundo comienza desde una sonrisa, en dejar de pensar solo en uno mismo, de conocer a la gente y sus necesidades; de respetar, de escuchar... de hacer.
Escribo esto y se me viene a la mente varios momentos lindos que viví con desconocidos, sobre todo en el transporte público, cuando un día alguien me dijo: "yo creo en la sociedad y su solidaridad y sé que gracias a la gente buena yo voy a poder salir adelante".
Hoy más que nunca sé qué es lo que quiero hacer en este mundo y que ser estudiante de ciencias sociales es el golazo de mi vida. Voy por el camino indicado y sé que mis intenciones jamás son o serían individuales, sino colectivas.
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